30/1/14

Despertar.

Despierta y mira a su alrededor. Está en la misma habitación, pero siente algo distinto a cuando se acostó. Con los ojos aún entrecerrados por el sueño se fija en la cama y, por un momento, abandona su postura actual, acurrucada en medio del colchón, para estirarse como si quisiera tocar los bordes de la cama. Eso es, la cama. Eso es lo que ha cambiado. Ahora es más grande que anoche. Pero...no. Eso es imposible.
Poco a poco termina de despertarse y por fin se da cuenta. Es él. Ya no está ahí haciéndola compañía. Es por eso que ahora la cama le parece tan sola y fría. Tan grande.
Que irónico. Más grande. Como si con él aprovechara el espacio. No, con él solo necesita el hueco justo para acomodarse entre sus brazos y sobre su pecho, lo más pegados posible. El resto de la cama, prescindible.
Pensando en ello vuelve a acurrucarse sobre si misma, rodeándose con sus propios brazos, como si quisiera compensar el abrazo que ya no está. Y permanece así unos minutos. Pensando en él. En la paz que le transmitía su compañía. Recuerda entonces el beso de despedida que le dio hace unas horas. Sonríe al pensar en que fue casi inconsciente, medio sumida aún en el sueño. Es lo que tiene el amor, ¿no? Que no se piensa, sale natural.
Y con esa reflexión, y aún extrañando sus brazos, dejó que poco a poco el sueño volviera a apoderarse de ella, aunque esta vez, no tendría a quien besar en medio de sus ensoñaciones.

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