30/1/14

Despertar.

Despierta y mira a su alrededor. Está en la misma habitación, pero siente algo distinto a cuando se acostó. Con los ojos aún entrecerrados por el sueño se fija en la cama y, por un momento, abandona su postura actual, acurrucada en medio del colchón, para estirarse como si quisiera tocar los bordes de la cama. Eso es, la cama. Eso es lo que ha cambiado. Ahora es más grande que anoche. Pero...no. Eso es imposible.
Poco a poco termina de despertarse y por fin se da cuenta. Es él. Ya no está ahí haciéndola compañía. Es por eso que ahora la cama le parece tan sola y fría. Tan grande.
Que irónico. Más grande. Como si con él aprovechara el espacio. No, con él solo necesita el hueco justo para acomodarse entre sus brazos y sobre su pecho, lo más pegados posible. El resto de la cama, prescindible.
Pensando en ello vuelve a acurrucarse sobre si misma, rodeándose con sus propios brazos, como si quisiera compensar el abrazo que ya no está. Y permanece así unos minutos. Pensando en él. En la paz que le transmitía su compañía. Recuerda entonces el beso de despedida que le dio hace unas horas. Sonríe al pensar en que fue casi inconsciente, medio sumida aún en el sueño. Es lo que tiene el amor, ¿no? Que no se piensa, sale natural.
Y con esa reflexión, y aún extrañando sus brazos, dejó que poco a poco el sueño volviera a apoderarse de ella, aunque esta vez, no tendría a quien besar en medio de sus ensoñaciones.

18/1/14

¿Por qué esa falta de responsabilidad?

Hacía ya unas semanas que había pensado en escribir una entrada en concreto, pero poco a poco lo fui dejando porque no sacaba nunca un hueco para ello y, hoy, que por fin me he parado frente al teclado, he decidido desechar esa idea porque me apetece hablar de algo totalmente distinto.
He dejado esa entrada optimista que tenía en mi cabeza para pasar a una, por así decirlo, de cabreo, porque es lo que me sale ahora mismo, lo que me apetece escribir, así que como pienso que precisamente esto debe consistir en soltar justo lo que piensas en el momento, lo que te sale, lo que fluya naturalmente, pues a ello voy.
Y es que me hallo indignada por la incapacidad de la gente para comprometerse. Y aunque el tema ha llegado a mí a nivel personal, me indigna también esa indiferencia a nivel general. No entiendo esa manía de comprometerse de palabra pero, a la hora de la verdad, echarse atrás. Puedes hacer con tus decisiones lo que te apetezca, pero siempre que no afecten a los demás y, en este caso, ocurre.
Y muchas veces así nos va. No sé de que nos quejamos, ¿cómo vamos a conseguir algo así? Si cuando de verdad hay que actuar el conjunto se divide y cada uno va en pos de sus propios intereses, yéndose de rositas, cuando en realidad se es el culpable de dejar al resto en la estocada. Y muchas veces con excusas, como si pudiéramos engañar a alguien, o a nosotros mismos, con ellas.
Así que a ver si aprendemos a mirar por los demás, a no dar nuestra palabra porque sí, a valorar el trabajo que hacen por nosotros antes de dejarlos tirados. No sé al resto, pero a mí no me gustaría que me lo hicieran.