11/3/14

11 de marzo

Hoy, aunque no queramos, toca recordar. Aunque queramos evitarlo, al leer "11 de marzo" en el calendario, sentimos que volvemos a aquel fatídico día. Aunque no queramos, veremos repetidas una y otra vez las imágenes en la televisión y sentiremos como se nos sigue formando un nudo en el estómago. Aunque no queramos, volvemos a revivir el dolor que todos sentimos aquel día.
Por aquel entonces yo era solamente una niña de apenas 10 años, que poco entendía de temas de actualidad, política ni sociedad. Y aquel día sentía que aún entendía menos. No entendía por qué alguien podría querer asesinar a tantas personas inocentes. No veía una razón coherente para truncar las vidas de tanta gente que solo cumplía con su obligación de ir a trabajar o a estudiar. Sus vidas y las de toda la gente cercana, que vieron trastocada su ilusión para siempre. Porque los afectados no son solo fallecidos y heridos, sino todos aquellos que no podrán olvidar a los suyos y a los que también se les arrancó un trocito de vida.
Hoy, que soy algo mayor, me doy cuenta de que esas preguntas no eran solo por mi niñez. Ahora sigo sin entender las razones que pueden llevar a algo así y, supongo, que todo el mundo, tuviera la edad que tuviera, se preguntó lo mismo.
Ahora soy yo la que coge el tren todos los días, y no puedo evitar una punzada al pensar que hubiera ocurrido tal día como hoy. ¿Y si me hubiera pasado a mi? O peor aún, a alguien querido. Creo que no puedo imaginar de una milésima parte del dolor que sentiría. El dolor que sienten ellos.
Por desgracia, es parte ya del pasado, y nada se puede cambiar. Solo deseo que, esta vez si, se cumpla eso de que hay trenes que solo pasan una vez en la vida.

8/2/14

Su ciudad preferida

A Ella le encantaba recorrer sus calles. Amaba pasear por los pliegues de su piel, sentarse a descansar en cada uno de sus lunares y asomarse al mirador de su pecho, para observar desde allí la sonrisa más bonita de toda la manzana. A veces cerraba los ojos y se dejaba mecer por la suave brisa de su respiración. Le gustaba esperar a que cayera la noche, para ver el crepúsculo de sus ojos cuando se quedaba dormido. Y por las mañanas despertar con el canto de sus besos. Disfrutaba sintiéndose turista, como si fuera la primera vez que lo visitase, deteniéndose en cada recoveco y en cada rincón como si fuera nuevo. Y por supuesto, adoraba acercarse lentamente al precipicio de su hombro y gritar un "te quiero" al vacío, para que resonara una y otra vez en el eco de su oído.
Le gustaba con lluvia y con sol. En invierno y en verano. Le gustaba para ir a merendar en cualquier sitio acogedor de su regazo o para salir a quemar la noche y terminar durmiendo en algún portal de sus brazos. Tenía todos los lugares que pudiera necesitar y todos los monumentos que quería visitar. Si pudiera elegir, elegiría quedarse a vivir allí
 para siempre.
Y es que, definitivamente, Él era su ciudad preferida.


30/1/14

Despertar.

Despierta y mira a su alrededor. Está en la misma habitación, pero siente algo distinto a cuando se acostó. Con los ojos aún entrecerrados por el sueño se fija en la cama y, por un momento, abandona su postura actual, acurrucada en medio del colchón, para estirarse como si quisiera tocar los bordes de la cama. Eso es, la cama. Eso es lo que ha cambiado. Ahora es más grande que anoche. Pero...no. Eso es imposible.
Poco a poco termina de despertarse y por fin se da cuenta. Es él. Ya no está ahí haciéndola compañía. Es por eso que ahora la cama le parece tan sola y fría. Tan grande.
Que irónico. Más grande. Como si con él aprovechara el espacio. No, con él solo necesita el hueco justo para acomodarse entre sus brazos y sobre su pecho, lo más pegados posible. El resto de la cama, prescindible.
Pensando en ello vuelve a acurrucarse sobre si misma, rodeándose con sus propios brazos, como si quisiera compensar el abrazo que ya no está. Y permanece así unos minutos. Pensando en él. En la paz que le transmitía su compañía. Recuerda entonces el beso de despedida que le dio hace unas horas. Sonríe al pensar en que fue casi inconsciente, medio sumida aún en el sueño. Es lo que tiene el amor, ¿no? Que no se piensa, sale natural.
Y con esa reflexión, y aún extrañando sus brazos, dejó que poco a poco el sueño volviera a apoderarse de ella, aunque esta vez, no tendría a quien besar en medio de sus ensoñaciones.

18/1/14

¿Por qué esa falta de responsabilidad?

Hacía ya unas semanas que había pensado en escribir una entrada en concreto, pero poco a poco lo fui dejando porque no sacaba nunca un hueco para ello y, hoy, que por fin me he parado frente al teclado, he decidido desechar esa idea porque me apetece hablar de algo totalmente distinto.
He dejado esa entrada optimista que tenía en mi cabeza para pasar a una, por así decirlo, de cabreo, porque es lo que me sale ahora mismo, lo que me apetece escribir, así que como pienso que precisamente esto debe consistir en soltar justo lo que piensas en el momento, lo que te sale, lo que fluya naturalmente, pues a ello voy.
Y es que me hallo indignada por la incapacidad de la gente para comprometerse. Y aunque el tema ha llegado a mí a nivel personal, me indigna también esa indiferencia a nivel general. No entiendo esa manía de comprometerse de palabra pero, a la hora de la verdad, echarse atrás. Puedes hacer con tus decisiones lo que te apetezca, pero siempre que no afecten a los demás y, en este caso, ocurre.
Y muchas veces así nos va. No sé de que nos quejamos, ¿cómo vamos a conseguir algo así? Si cuando de verdad hay que actuar el conjunto se divide y cada uno va en pos de sus propios intereses, yéndose de rositas, cuando en realidad se es el culpable de dejar al resto en la estocada. Y muchas veces con excusas, como si pudiéramos engañar a alguien, o a nosotros mismos, con ellas.
Así que a ver si aprendemos a mirar por los demás, a no dar nuestra palabra porque sí, a valorar el trabajo que hacen por nosotros antes de dejarlos tirados. No sé al resto, pero a mí no me gustaría que me lo hicieran.